No. No voy a hablar de la Huelga general. Eso ya lo hicieron
hoy las emisoras de radio, de TV, la prensa, etc. También lo hemos hecho
nosotros en las tertulias, en el bar, en casa mientras comíamos, en la
peluquería….
Hemos oído (y dicho) cantidad de cosas que no hubiésemos oído
ni dicho si no hubiera habido la Huelga General. Incluso hasta tonterías.
¿Qué eran cuatro pelagatos los que convocaban la huelga, los
que se manifestaban…? ¿Y les merece entonces a todos los miembros del gobierno,
de los poderes públicos, de las instituciones, los empresarios, tantos
esfuerzos en tratar de convencernos de ello? Ríos de tinta han corrido todos
estos días sobre el tema, megawatios de luz se han gastado todas las emisoras
en dar rienda suelta a sus apabullantes contertulios sobre lo mismo, litros de
saliva se han gastado para lo mismo…. Y me pregunto… pero ¿si no se le quería
dar importancia, a que viene darle tanta importancia?
Más que nunca me viene ahora a la cabeza aquella sintonía
que se pretendía instalar en nuestra sociedad titulada “El pensamiento único”. En realidad, solo vale lo que diga una
persona, solo es cierto lo que dice un grupo, todo lo demás, es pura falacia o
están muy equivocados. Permítaseme que yo lo dude.
Pero no. Tal y como había empezado esta página, no es hora
de hablar de la huelga general. Está todo dicho. Creo que ahora más bien, lo
que toca es preguntarse y hablar de ¿Y ahora que?.
Pues para poder comenzar, no debemos caer en los errores en
los que caen otros, y sin escuchar lo que hay que escuchar y conocer la
realidad que se nos impone, ponerse a decir tonterías. Lo primero que hay que hacer es conocer a
fondo, por donde va a comenzar ese ¿y ahora que?. Y eso comienza, como dice el
amigo Vicente Quiroga, por leer detenidamente las medidas del Gobierno
aprobadas en el último consejo de ministros celebrado hoy.
Y la verdad, todavía no estoy capacitado para poder emitir
un juicio de valor. Sé que no va a subir el Iva, pero han subido la luz. Sé que
no se tocan las pensiones. Sé que se
retocarán los gravámenes a los grandes patrimonios. Sé que hay una amnistía
fiscal para fomentar que aflore el dinero negro. Sé que no se tocarán los salarios
de funcionarios. Pero sé que se les aumentarán las horas de trabajo. Sé que
habrá recortes en la enseñanza, en la sanidad, en los servicios públicos. Sé
que comenzamos de verdad a ver ante nosotros, los años de vacas flacas.
Y habrá que leer detenidamente lo que mañana publique la
prensa del medio, si es que existe eso que sería prensa independiente.
Pero amigos, tengo miedo. Tengo miedo a que esta sea de
verdad la entrada a un período de recesión. Tengo miedo a la pescadilla que se
muerde la cola. Porque si no se crean puestos de trabajo, la gente no tendrá
dinero para comprar los bienes de consumo que nuestras empresas producen. Si
nuestras empresas no venden lo que producen, cerrarán. Y más gente sin trabajo.
Lo mismo ocurre al congelar salarios y sueldos, cuando no descaradamente
rebajarlos con amenazas de que si no estás a gusto te largas. Porque la gente
no va a poder reinvertir parte de ese salario en la adquisición de productos. Y
vuelve la pescadilla a morderse la cola. Porque el aumento de gasolina y gasoil
encarece aún más lo poco que podemos comprar, y ya no compraremos ni eso. Tengo
miedo de avanzar a pasos agigantados hacia un desastre nacional, económica y
socialmente hablando. Pero mucho miedo. Y no es el tipo de miedo o temor que pueda
inspirarte a no participar en una huelga general, o en un paro o en una
manifestación, no, no es ese el miedo, no es el miedo de la represalia posible.
Es el miedo a que se esté generando un país de 1920 o 1940. A eso es a lo que
sí tengo miedo. En que nos estamos quedando sin la nueva savia de los jóvenes
preparados, investigadores, científicos, etc…. que podrían ayudar a sacarnos de
este apuro, porque no les queda otro remedio que irse a Alemania, Francia,
Reino Unido, EEUU, Latinoamérica, enriqueciendo con sus ideas y sus
aportaciones a esos países, mientras aquí quedamos abandonados a la buena de
Dios.
Solamente veo una cosa positiva en todo esto: que los campos
y tierras productivas que nuestros abuelos trabajaron con tanto sudor y ahora
están a monte, vuelvan a ser productivas. No quedará más remedio que echarse el
sacho al hombro y plantar las patatas, los pimientos, los tomates, las judías;
recuperar el rincón trasero de la casa para tener unas gallinas y comer huevos,
y a base de mucho, mucho esfuerzo, poder mantener un cerdo con las sobras de la
mesa y poco más para tener un poco de carne. Los campos, volverán a estar
productivos, volverá el maíz, el trigo del país, y volverán a funcionar los
viejos molinos y los hornos caseros para hacerse el pan.
Pero vamos camino de eso. O al menos, eso es lo que les
vamos a dejar a nuestros hijos.